Enrique Molina -futuro fundador de la Universidad de Concepción-, nombrado Rector del Liceo de Talca el año 1905, impulsó una verdadera revolución en la enseñanza secundaria, con proyecciones a todo el país. El Instituto Pedagógico, con sus profesores alemanes, pudo enorgullecerse de este maestro que pidió celebrar el centenario con una Ley de Instrucción Primaria Obligatoria.
Por Miguel Laborde
Fue un genio, capaz de estudiar varios idiomas extranjeros para estudiar la obra de los pensadores en su idioma original. De ahí que mientras hace clases o dirige liceos en el sur, al mismo tiempo está leyendo a los principales nuevos filósofos del mundo, a los que dará a conocer en Chile tanto por conferencias como incluso por traducciones. Su nivel, está demás decirlo, era universitario.
Fue un lujo, entonces, que la ciudad de Talca lo recibiera como rector de su liceo el año 1905. Para bien y para mal, en las ciudades provinciales el rector del liceo era uno de los principales personajes. Se le respetaba mucho, pero también se observaba con cierto recelo la posición ideológica de cada uno, en esos años de ácidas confrontaciones entre católicos y masones.
Como también había personajes locales que actuaban de "profesores", era fácil que las ideas del rector se discutieran en las tertulias de las casas principales. Como apoyo, Molina se llevó de vicerrector a Alejandro Venegas, compañero de estudios y también en el Liceo de Chillán.
El Liceo de Talca no es el que conocemos hoy; según el propio Molina, ocupaba "un viejo caserón de un piso, achaparrado, ruinoso y por entonces sucio". Nada para inspirar el cultivo del conocimiento... Tanto era el frío que los profesores, en invierno, entraban con un ladrillo caliente de "estufa personal". La disciplina era feroz, con castigos de más de cien horas... Entre los más sancionados estaba, nada menos, Mariano Latorre.
Más modernos, Molina y Venegas oían a los estudiantes y crearon las consejerías sistemáticas para atender a sus demandas y necesidades, así como también se remozó y pintó completo el caserón que no había visto un aseo profundo en años. También despidieron profesores de larga data, los no dispuestos a reformar el sistema de enseñanza que ellos traían del Instituto Pedagógico y del célebre Congreso Educacional de 1903, donde se enfrentaron los humanistas con los que querían una formación más práctica.
Los talquinos pronto se dividieron, a favor y en contra de la transformación de su liceo. El diario conservador local, domingo tras domingo, los atacaba.
Un logro decisivo fueron sus "charlas literarias", donde profesores y alumnos oían a algún escritor, los que muchas veces eran valores nacionales; como Domingo Melfi, Pedro Sienna, Juan Marín, Ernesto Barros Jarpa, casi todos oriundos de la misma ciudad y con familia en la zona.
Los alumnos también exponían trabajos científicos y obras artísticas; y como abrieron las charlas al público de la ciudad, el Liceo comenzó a actuar en condición de centro cultural. Molina fue pronto invitado a Santiago, donde dictó un ciclo de 15 charlas dentro de un plan de modernización dirigido a todos los profesores secundarios del país. Lo mismo hará otros años, incluyendo también temas de Filosofía, su especialidad, que lo llevará a ser considerado uno de los mayores cultores en la primera mitad del siglo XX en Chile.
El Liceo de Talca se fue transformando en un referente, como cuando murió Diego Barros Arana y organizaron un ciclo en torno a su obra, el que incluyó, nada menos, que a Pedro Lira haciendo un retrato del ilustre sabio. Las mismas graduaciones, hasta entonces desconocidas en Chile, serán impulsadas por ellos y pronto adoptadas en otros liceos.
La pasión del saber, tan fuerte en ambos, iluminó al Liceo completo y marcó un hito nacional. Como un grupo de talquinos le pidió aceptar alumnas en los últimos cursos, ya que el liceo de niñas sólo llegaba a tercer año de humanidades, también las incorporó desatando, por supuesto, grandes debates públicos.
El centenario de 1910 fue una gran oportunidad para Molina. Planteó que debía celebrarse con una Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, que pusiera fin al alto nivel de analfabetismo en el país y dignificara a todos los ciudadanos con un nivel mínimo que les permitiera ejercer sus derechos en la sociedad. Diez años tardaría en plasmar esa idea que marcó un antes y un después en la educación chilena.
Un valor efectivo de su actuar es el que se relaciona con lo moral. A los alumnos invitaba a ser patriotas, entendiendo por ello un compromiso con el desarrollo del país y con la solidaridad social con los menos afortunados. El conocimiento es un desafío moral para aquél que lo tiene.
Alto y muy delgado como el Quijote, junto a un bajo y grueso Venegas, la imagen de Sancho, su labor sedujo a un alumnado que supo agradecer la fortuna de contar con esta dupla, labor que dio nuevo sentido a la palabra "maestro".
Luego del Centenario será un personaje nacional, enviado a estudiar a Francia y a Alemania, mientras su amigo Venegas hereda la rectoría. Cuando regresa publica su libro de Educación Contemporánea, 1914, verdadero programa intelectual para su desarrollo, y a fines de 1915 asume la rectoría de Concepción, donde su labor culminará con la fundación de la universidad de esa ciudad.
Ésa es otra historia. Para los talquinos, su ejemplo fue paradigmático. Ya sabían qué se podía esperar de un rector de liceo: un agente cultural dinamizador de la educación y también de la cultura en toda una ciudad.
Por Miguel Laborde
Fue un genio, capaz de estudiar varios idiomas extranjeros para estudiar la obra de los pensadores en su idioma original. De ahí que mientras hace clases o dirige liceos en el sur, al mismo tiempo está leyendo a los principales nuevos filósofos del mundo, a los que dará a conocer en Chile tanto por conferencias como incluso por traducciones. Su nivel, está demás decirlo, era universitario.
Fue un lujo, entonces, que la ciudad de Talca lo recibiera como rector de su liceo el año 1905. Para bien y para mal, en las ciudades provinciales el rector del liceo era uno de los principales personajes. Se le respetaba mucho, pero también se observaba con cierto recelo la posición ideológica de cada uno, en esos años de ácidas confrontaciones entre católicos y masones.
Como también había personajes locales que actuaban de "profesores", era fácil que las ideas del rector se discutieran en las tertulias de las casas principales. Como apoyo, Molina se llevó de vicerrector a Alejandro Venegas, compañero de estudios y también en el Liceo de Chillán.
El Liceo de Talca no es el que conocemos hoy; según el propio Molina, ocupaba "un viejo caserón de un piso, achaparrado, ruinoso y por entonces sucio". Nada para inspirar el cultivo del conocimiento... Tanto era el frío que los profesores, en invierno, entraban con un ladrillo caliente de "estufa personal". La disciplina era feroz, con castigos de más de cien horas... Entre los más sancionados estaba, nada menos, Mariano Latorre.
Más modernos, Molina y Venegas oían a los estudiantes y crearon las consejerías sistemáticas para atender a sus demandas y necesidades, así como también se remozó y pintó completo el caserón que no había visto un aseo profundo en años. También despidieron profesores de larga data, los no dispuestos a reformar el sistema de enseñanza que ellos traían del Instituto Pedagógico y del célebre Congreso Educacional de 1903, donde se enfrentaron los humanistas con los que querían una formación más práctica.
Los talquinos pronto se dividieron, a favor y en contra de la transformación de su liceo. El diario conservador local, domingo tras domingo, los atacaba.
Un logro decisivo fueron sus "charlas literarias", donde profesores y alumnos oían a algún escritor, los que muchas veces eran valores nacionales; como Domingo Melfi, Pedro Sienna, Juan Marín, Ernesto Barros Jarpa, casi todos oriundos de la misma ciudad y con familia en la zona.
Los alumnos también exponían trabajos científicos y obras artísticas; y como abrieron las charlas al público de la ciudad, el Liceo comenzó a actuar en condición de centro cultural. Molina fue pronto invitado a Santiago, donde dictó un ciclo de 15 charlas dentro de un plan de modernización dirigido a todos los profesores secundarios del país. Lo mismo hará otros años, incluyendo también temas de Filosofía, su especialidad, que lo llevará a ser considerado uno de los mayores cultores en la primera mitad del siglo XX en Chile.
El Liceo de Talca se fue transformando en un referente, como cuando murió Diego Barros Arana y organizaron un ciclo en torno a su obra, el que incluyó, nada menos, que a Pedro Lira haciendo un retrato del ilustre sabio. Las mismas graduaciones, hasta entonces desconocidas en Chile, serán impulsadas por ellos y pronto adoptadas en otros liceos.
La pasión del saber, tan fuerte en ambos, iluminó al Liceo completo y marcó un hito nacional. Como un grupo de talquinos le pidió aceptar alumnas en los últimos cursos, ya que el liceo de niñas sólo llegaba a tercer año de humanidades, también las incorporó desatando, por supuesto, grandes debates públicos.
El centenario de 1910 fue una gran oportunidad para Molina. Planteó que debía celebrarse con una Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, que pusiera fin al alto nivel de analfabetismo en el país y dignificara a todos los ciudadanos con un nivel mínimo que les permitiera ejercer sus derechos en la sociedad. Diez años tardaría en plasmar esa idea que marcó un antes y un después en la educación chilena.
Un valor efectivo de su actuar es el que se relaciona con lo moral. A los alumnos invitaba a ser patriotas, entendiendo por ello un compromiso con el desarrollo del país y con la solidaridad social con los menos afortunados. El conocimiento es un desafío moral para aquél que lo tiene.
Alto y muy delgado como el Quijote, junto a un bajo y grueso Venegas, la imagen de Sancho, su labor sedujo a un alumnado que supo agradecer la fortuna de contar con esta dupla, labor que dio nuevo sentido a la palabra "maestro".
Luego del Centenario será un personaje nacional, enviado a estudiar a Francia y a Alemania, mientras su amigo Venegas hereda la rectoría. Cuando regresa publica su libro de Educación Contemporánea, 1914, verdadero programa intelectual para su desarrollo, y a fines de 1915 asume la rectoría de Concepción, donde su labor culminará con la fundación de la universidad de esa ciudad.
Ésa es otra historia. Para los talquinos, su ejemplo fue paradigmático. Ya sabían qué se podía esperar de un rector de liceo: un agente cultural dinamizador de la educación y también de la cultura en toda una ciudad.
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